Tuve la inmensa suerte de poder entrenar y conocer a Fidel Segovia durante tres años y medio. No puedo explicar todo lo que me enseñó dentro y fuera de la pista, era un auténtico “horseman” y una persona entrañable, tanto él como su familia, a los cuales tengo la suerte de poder llamar amigos. Todavía recuerdo su “mostrales el camino” cuando entraba a la pista, su “fierroooooo”, su competitividad, su motivación y su saber hacer. Por todo el cariño que le guardo, me gustaría contaros un poco de su historia, que es una historia de superación, resiliencia y amor a la familia.
Nuestro querido Fidel Segovia empezó a montar a los 9 años en el Hípico de la Plata, siempre de la mano de su querido Mario “el paisano” Fuentes, su relación deportiva y personal duró hasta la muerte del paisano, el único profesor que tuvo en su vida. Todo lo aprendió en su casa donde, además, encontró en su hijo Óscar Fuentes al mejor de los amigos, para él un hermano.
A los diecisiete años, mientras trabajaba en casa de los Fuentes, lo contrató un dealer italiano para trabajar en sus cuadras; ni corto ni perezoso, cogió su mochila y embarcó solo con ocho caballos rumbo al puerto de Livorno, en la costa toscana. Durante un año estuvo trabajando en la localidad italiana de Forte dei Marmi. Tras su experiencia italiana, volvió a casa de los Fuentes y allí lo contrató Johan Peter, el dueño del Haras Joter, en Puerto Alegre. Esa fue su primera incursión en el país que tantas alegrías le dio, Brasil.
A su vuelta en Argentina, en el año 1978, su vida cambiaría para siempre pues, como siempre fue un luchador, volvió a por una chica a la que había conocido antes de irse a Brasil. Una rubia de nombre Cristina que claramente no salió de su cabeza en el tiempo que estuvo ausente, pues, tras su reencuentro, en diez días ya decidieron casarse.
El recién estrenado matrimonio se fue de vuelta a Brasil para trabajar con el que se convirtió también en gran amigo, Eduardo Travassos. Eduardo decidió invertir en él y le compró un caballo para que Fidel pudiera competir en Brasil y así hacerse un nombre. El caballo se llamaba “Sveta que Tout”, muy nuevo y terco al principio, no se le resistió a nuestro protagonista y acabó haciendo de él un caballo de Gran Premio.
Gracias a “Sveta”, tuvo grandes resultados en concursos muy importantes como Pan de Azúcar, Porto Alegre, Bello Horizonte o Río de Janeiro, con muchas victorias y clasificaciones. Mientras su carrera despegaba, su vida personal no se quedaba atrás.
En Brasil nacieron sus tres hijos, Celeste, Emiliano y Luciano. Estos dos últimos muy conocidos por todos nosotros, grandes personas y continuadores de su legado. En este tiempo también se fraguó una gran amistad con uno de los mejores jinetes brasileños del momento, Roberto Reinoso Fernández “Alfinete”, con el que coincidió trabajando para José Luis Guimaraes, uno de los dealers más importantes del momento.
Como la mayoría sabréis, su familia siempre fue su prioridad; tanto es así, que, para sacarlos adelante y siendo ya uno de los jinetes de mayor nivel que había en el país, por la tarde y al acabar de montar sus caballos de Gran Premio, daba clases en una escuela para poder ahorrar y sustentar a su prole.
En el año 1989 y gracias al esfuerzo, el trabajo duro y las ganas que puso, pudo comprar en su país, Argentina, la casa que fue su sueño. La finca contaba con boxes, pista de salto, y todas las instalaciones para que, de 1989 al 2000 estuviera trabajando allí.
En esos años fue campeón de la República Argentina y ganó innumerables grandes premios. También aprovechó para ir de gira por Europa con su amigo Neco Pessoa, para Fidel un auténtico hermano.
En la adolescencia de su hijo, el conocido Rodrigo Pessoa, Fidel siempre estuvo ahí ayudándolo y entrenándolo, para él siempre fue como un hijo, tanto es así que más adelante, Fidel fue el encargado en muchas ocasiones de poner en orden al grandísimo “Baloubet du Rouet”, varias veces tuvo que volar desde Brasil para montar al terco alazán.
De esa época también tenemos que recalcar la figura de uno de los caballos más importantes de su vida: “Gaetano”, que junto con “Rey de Oro”, “Wrangler”, “Leap de Riverland”, “Sveta”, “Chella d’Amour” y “Jack”, forman el grupo de los caballos que marcaron su historia.
Como era de esperar, en todos sus viajes también fue haciendo grandes amigos, destacamos al dealer francés Guy D’Oriolá, que cuando la situación en Argentina se puso complicada, le animó a instalarse con su familia en Europa. Vivieron en diferentes zonas de Francia, Italia, Holanda, para acabar estableciéndose en España, más concretamente en Mijas.
Como deportista fue un grande, con un talento y un feeling difíciles de explicar, pero como todos sabemos, cuando te dedicas al comercio, es complicado llegar a tener una gran carrera deportiva, pues tienes que acabar vendiendo los caballos.
Como anécdota os contaré que unas semanas antes de estar seleccionado para disputar los Juegos Panamericanos con muchas opciones, vendió su caballo a un jinete americano que logró el oro para su país.
Divertido, gracioso, disfrutón y muy bailón, si algo podemos destacar de Fidel era su alegría, siempre haciendo reír a todo el mundo, su amor y conocimiento del caballo, sus ganas de ayudar siempre, su lealtad a los suyos y sobre todo, su gran pasión por su familia. ¡Ya han pasado cuatro años, pero por aquí no te olvidamos jefe!
¡¡A puro fierro!!
Maite Romero
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