Los caballos poseen una sorprendente capacidad de visión nocturna que les permite moverse con seguridad en la oscuridad. Sus ojos están especialmente adaptados para captar luz en condiciones de baja luminosidad, gracias a una serie de características anatómicas y fisiológicas.
Una de las claves de su visión nocturna es el tamaño de sus ojos, que son de los más grandes entre los mamíferos terrestres. Esto les permite captar más luz, incluso en entornos con poca luminosidad. Además, cuentan con una estructura llamada tapetum lucidum, una capa reflectante en la retina que mejora su capacidad para ver en la oscuridad, al devolver la luz que entra en el ojo, lo que hace que los objetos sean más visibles.
Asimismo, tienen una alta proporción de bastones en la retina, células especializadas en detectar luz en condiciones de baja claridad. Aunque esto limita su percepción de los colores y reduce la nitidez de los detalles, les permite distinguir mejor las formas y los movimientos en la oscuridad.
A pesar de estas adaptaciones, su visión nocturna no es perfecta. En completa oscuridad, como otros mamíferos, los caballos dependen de su oído y otros sentidos para orientarse. Además, su capacidad para adaptarse a cambios bruscos de luz no es inmediata, por lo que pueden tardar un tiempo en ajustar su visión cuando pasan de un entorno bien iluminado a otro más oscuro.
En la naturaleza, estas habilidades les permiten mantenerse alerta ante posibles depredadores durante la noche, lo que facilita su supervivencia y les permite desplazarse con seguridad por terrenos variados.
-Redacción por Cristina Prado-
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