La equitación sigue siendo uno de los pocos deportes donde mujeres y hombres compiten juntos, en igualdad de condiciones, bajo las mismas reglas, en las mismas pruebas. A diferencia de la inmensa mayoría de disciplinas —que separan las categorías por sexo—, en Salto, Doma, Concurso Completo y el resto de disciplinas ecuestres, los jinetes compiten directamente unos contra otros, sin distinción de género.
Ese carácter inclusivo nace de razones prácticas: el éxito en este deporte no depende de la fuerza bruta, sino de la coordinación, la sensibilidad, la técnica, la comunicación con el caballo y la armonía entre jinete y caballo — atributos en los que no existe ventaja biológica inherente según el sexo.
Por eso, la lista de ganadores de grandes pruebas incluye a hombres y mujeres por igual, y las medallas olímpicas también se reparten sin distinción por género.
Sin embargo, que exista igualdad formal no garantiza automáticamente equidad real. Estudios y análisis del mundo ecuestre advierten de barreras persistentes. Por un lado, aunque muchas mujeres participan en niveles amateur o iniciales, su presencia disminuye progresivamente en las categorías más altas de Salto, donde los hombres siguen siendo mayoría.
En definitiva, la equitación representa un espacio donde el talento no entiende de sexos. Competir hombro a hombro, esa es su esencia.

















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