La hípica es un deporte que aúna pasión y respeto por el caballo. Sin embargo, en la búsqueda de resultados, no todo vale. La presión de la competición puede llevar a algunos jinetes y entrenadores a recurrir a métodos que rozan o traspasan los límites éticos, olvidando que el bienestar animal debe prevalecer por encima de todo.
El uso de castigos desproporcionados, el entrenamiento basado exclusivamente en la fuerza o el empleo de sustancias para alterar el comportamiento del caballo no solo empañan la esencia de este deporte, sino que también suponen un atentado directo contra la integridad de cualquier equino. El caballo no es una máquina de producir éxitos, sino un compañero que merece cuidado y comprensión. Buen ejemplo de ello es el retiro en un prado de cualquier compañero que te haya acompañado a lo largo de tu vida profesional y personal, ellos también merecen descansar.
La hípica debe ser un ejemplo de compromiso, disciplina y empatía hacia el caballo, así como hacia el resto de los miembros de este deporte. Por esta razón, es importante que los profesionales cuenten con formación, que se realicen seguimientos veterinarios en los concursos o en las escuelas en general. La afición y los resultados no pueden justificar ningún abuso. Recordemos que el verdadero mérito está en lograr una relación equilibrada basada en la confianza y la honestidad.
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