En un pasado sin tecnología, la habilidad de montar a caballo sin perder el equilibrio confería de una gran ventaja. En las batallas, la nación que mejor aprovechaba la velocidad y destreza de sus caballos tenía la victoria en sus manos. Imagina la diferencia entre un caballero montado con estribos y montura y otro que se aferraba a una manta, sin estribos. Mientras el primero podía preocuparse de su arma y del combate, el segundo luchaba por mantenerse encima del caballo sin perder el equilibrio.

La silla de montar, originaria de Asia, hizo su entrada en Europa en el siglo IX, pero los estribos no llegaron hasta el siglo XVI. Sin embargo, estos elementos se convirtieron en fundamentales para la guerra, alterando el curso de la historia. Aunque al principio se consideró que usarlos era señal de debilidad, pronto se demostraron sus innumerables ventajas en el campo de batalla. La caballería, equipada con silla y estribos, demostró ser prácticamente invulnerable cuando estaba completa. Con el tiempo, su uso se generalizó, convirtiéndose en parte esencial de la equitación y marcando un punto de inflexión en la historia militar.

Estos avances tecnológicos indudablemente cambiaron el rumbo de la historia de la equitación.