El método conocido como rollkur —también llamado hiperflexión del cuello— genera una división notable dentro del mundo de la hípica.
Esta técnica obliga al caballo a arquear el cuello de tal forma que sus belfos queden prácticamente junto al pecho y entre las manos, una postura que muchos consideran excesiva.
Su uso se popularizó en la Doma Clásica alrededor de los años setenta, cuando algunos jinetes neerlandeses comenzaron a aplicarlo para lograr una imagen más espectacular: cuellos extremadamente doblados, movimientos amplios y una estética llamativa ante los jueces.
Con el tiempo, la Federación Ecuestre Internacional (FEI) intervino y en 2010 prohibió formalmente la aplicación del rollkur sin que fuese algo natural por posición del propio caballo.
A pesar de la limitación, la frontera entre la hiperflexión forzada y una postura baja, profunda y redondeada —término aceptado cuando no hay uso de fuerza— sigue siendo difícil de definir.
En la práctica, el uso de esta técnica continúa siendo objeto de debate, ya que la definición de lo que constituye “fuerza” o “coacción” resulta ambigua.
Los defensores del método aseguran que, cuando se practica sin violencia, puede contribuir a relajar al caballo, aumentar la flexibilidad del cuello e incluso mejorar su concentración durante el trabajo. Sin embargo, la evidencia científica cuestiona ampliamente estos argumentos: diversos estudios constatan que la hiperflexión extrema comporta riesgos físicos —como la obstrucción de vías respiratorias, problemas musculoesqueléticos y una mayor probabilidad de lesiones a largo plazo—, además de efectos negativos a nivel conductual, como sacudidas de cabeza, resistencia o signos evidentes de estrés.
También puede incrementar su ansiedad al no poder evaluar correctamente obstáculos o su entorno.
Para muchos veterinarios y defensores del bienestar animal, la conclusión es clara: el rollkur constituye una forma de maltrato que no puede justificarse por razones estéticas o competitivas. Por su parte, algunos profesionales del deporte ecuestre sostienen que la clave está en distinguir entre un uso abusivo —con fuerza o durante periodos prolongados— y una aplicación moderada y controlada. No obstante, esta línea resulta prácticamente imposible de verificar en la práctica.
El debate, por tanto, continúa abierto.

















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