En la Doma Clásica, el ejercicio del trote largo es uno de los momentos más exigentes para el binomio, ya que refleja la actitud, impulsión y elegancia de este deporte. Presente en las pruebas de nivel medio y alto, este ejercicio no solo pone a prueba la preparación física del binomio, sino también su compenetración y capacidad de comunicación.

El trote largo se caracteriza por la notable extensión de los trancos, en los que el caballo debe alargar su ritmo al máximo posible, manteniendo la impulsión en las extremidades posteriores sin perder el equilibrio ni la posición. Según el reglamento de la Real Federación Hípica Española, el caballo debe mantenerse relajado y cadencioso, con la nuca como el punto más alto durante todo el movimiento.

Este ejercicio requiere una sólida impulsión y rectitud, con el caballo manteniendo una línea completamente recta, donde debe mostrar su elasticidad y fluidez. El jinete, por su parte, debe acompañar el movimiento y la impulsión con fluidez, manteniendo un contacto suave que, a su vez, preserve la correcta colocación del caballo.

Para alcanzar estos niveles de exigencia física en el binomio, todo comienza en los entrenamientos. Durante la preparación para lograr un trote largo de calidad, se utilizan diagonales y líneas rectas para fomentar que el caballo se impulse hacia adelante; además, los círculos y serpentinas ayudan a mejorar su flexibilidad.

Al juzgar un trote largo en competición, los jueces valoran especialmente la amplitud de los trancos, la constancia y la calidad del ritmo. Este ejercicio es una demostración de la fuerza del caballo, la preparación técnica del binomio, y la delicadeza y calidad del asiento y la puesta en mano del jinete.

De esta forma, el trote largo se convierte en algo más que un simple alargamiento: es una muestra de la armonía, elegancia y técnica que convierten a la doma clásica en una de las disciplinas más exigentes y admiradas.