En muchas cuadras y centros hípicos es habitual observar cómo dos caballos desarrollan entre sí un fuerte lazo afectivo.
Este fenómeno, conocido como “hermanamiento” o “imprinting social”, puede parecer entrañable a simple vista, pero en la práctica puede generar complicaciones tanto en el manejo diario como en el trabajo montado.
Los caballos son animales gregarios que encuentran seguridad en la presencia de sus compañeros. Cuando dos individuos establecen una relación especialmente estrecha, se vuelven dependientes emocionalmente: relinchan, se inquietan o se niegan a separarse cuando uno es sacado del box o llevado al campo sin el otro.
Este comportamiento puede derivar en estrés, pérdida de concentración y dificultades en el entrenamiento.
Para evitar que el vínculo interfiera en su rendimiento, tanto los mozos de cuadra como los jinetes suelen aplicar estrategias de socialización gradual, rotando los grupos de paddock o alternando las rutinas para fomentar la autonomía.
Romper ese apego no implica suprimir el contacto social, sino equilibrarlo para que el caballo aprenda a confiar también en las personas y en su propio entorno.

















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